miércoles, 2 de noviembre de 2011

Sopa de ajo de Sacrita


INGREDIENTES

1 l. y ½ de caldo de pollo
6 dientes de ajo
2 lonchas de jamón serrano
6 rebanadas de pan
Aceite de oliva
Sal
2 huevos

PREPARACIÓN
Poner en una olla el caldo, en caso de que no se tenga se puede sustituir con dos pastillas de caldo y 1 litro  y medio de agua.
En una sartén se fríen con el aceite de oliva los ajos enteros y pelados y se agregan al caldo, que estará hirviendo en la lumbre.
 En el mismo aceite freír el jamón picadito y agregar a lo anterior, y por último, freír el pan en trocitos e incorporarlo a la olla. Dejar cocer todo unos 20 minutos. 
Antes de apagar el fuego añadir los huevos y romperlos dentro, y seguir un poco la cocción hasta que se cuajen.
Servir.

Esta sopa tan sencilla y sabrosa a la vez, resuelve cualquier cena en invierno, en la que este caldo consuela y apetece más que cualquier otra cosa.
 Y es que esta receta me la enseñó alguien que de frío invierno y de consuelo sabe mucho. De frío, porque vive en el Pirineo Aragonés, y de consuelo, porque sabe acoger y dar calor a cuantos la rodean.
Y así de querida y de bien acogida me sentí yo, cuando, recién casada, aterricé en  Jaca, (¡tan lejos de casa me encontraba!), y me presentaron a Sacrita, a quien  considero como mi segunda madre y sobretodo mi mejor amiga y alma gemela.
A ella le debo parte de los felices años que en esta localidad pirenaica viví y de los que mejor recuerdo guardo. Años que pasaron volando entre risas, trabajo. ( ¿digo trabajo? Con ella hasta el trabajo era divertido) y tantos planes como hacíamos, sabiendo que a ningún sitio irían. Pero lo mejor de todo era inventarlos, imaginarlos  e involucrar en ellos al pobre Jesús, mi marido, que con una paciencia infinita nos seguía en todas nuestras historias; era nuestro chofer y nuestro operario, pero también quien se tomaba los mejores Colacaos de Sacrita.
Entre tantos planes estaba escribir un libro de cocina a medias , y ya que el destino nos separó físicamente, y no hemos podido hacerlo, lo intenté yo sola, aunque por supuesto, nunca será aquel libro.
Lo que no voy a intentar en solitario es otro de nuestros desvaríos : irnos a un convento de clausura, remanso de espiritualidad y de paz, aunque tampoco nos hubieran admitido nunca, pues el voto de  silencio hubiera sido imposible cumplirlo, se hubiera terminado la paz y porque hubiéramos puesto, sobretodo ella, el convento patas a arriba, redecorando todo y diseñando nuevos hábitos a las monjas.
 De todas formas, para encontrarse como en el cielo, sólo hay que estar con ella y tener el placer de que comparta contigo un poco de su tiempo. Así es Sacrita, mi madre adoptiva, mi amiga.


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